No estoy seguro de cómo ha sido, pero de pronto, en época de exámenes, ya no me siento del lado de los sudores, el estrés y el no sé si saldrá bien. Ahora, casi sin creérmelo, estoy sentado en la silla del profesor, cuidando de que mis alumnos hagan su examen de Literatura Española desde 1975 con la mayor justicia posible.
En el fondo, aunque pueda parecer aburrido, es algo divertidísimo. El miedo se extiende por el aula y hace que los alumnos hagan cosas de lo más peregrinas. Hay tres chicas, por ejemplo, que no saben que van a suspender, porque es la cuarta vez que las sorprendo comentándose los textos. Una de ellas, además, es la primera vezz que la veo. Hay chicos que ponen cara de estar completamente seguros de lo que escriben, pero yo sé que tienen bastante poca idea. La chica copiadora acaba de levantarse para traerme su examen, dice que es "bastante difícil para mí". Lo más gracioso es que ella misma me ha traído, también, el examen de su compañera, quizá para que pueda comprobar más fácilmente cuántas cosas han copiado.
Me siguen pidiendo papel, hay algunos que ya llevan escritos cinco folios, y eso que el examen empezó hace menos de una hora -por si no os habéis dado cuenta, escribo esto mientras ellos hacen el examen-. Yo no entiendo a qué viene tanta devoción por el grosor de los exámenes. Cuando era yo el que los escribía intentaba siempre ser brevísimo, la mayor parte de las veces para aportar sólo el conocimiento que me resultaba novedoso, ya que hay quien hace su examen explicándolo todo desde el Génesis, que me parece una pérdida de tiempo y papel incomprensible. Otras veces, confieso, puede usarse el truco de la brevedad para esconder algunos puntos desconocidos, y darlos por sabidos. En fin, que todo resultan ventajas. Pero ellos no, dale que dale al bolígrafo, al Tipexx (qué asco!), incluso una, no entiendo por qué, está haciendo su examen en un portátil, en un rato sabremos si ha traído también la impresora.
Detrás de mí, en la pizarra, justo al lado de donde hemos escrito la fecha para la nota y revisión del examen, debe aparecerse en ocasiones la Virgen. Hay quien mira, de tarde en tarde, por encima de mi cabeza, esperando que le anuncien las respuestas al tipo "Ave, Gratia plena". Alguno incluso mira con una expresión que me da miedo, con ojos de tentativa de homicidio.
Más folios, ahora para un Erasmus. Me resulta hondamente divertida la comparación entre alumnos españoles(como la que acaba de venir a por folios), europeos y americanos. En una sola aula tengo reunidos varios representantes de las grandes culturas del mundo. Me falta un chino, lástima. Va a ser entretenido corregir exámenes, cada uno de cada sitio, describiendo sin saberlo su propia cultura, su propia forma de entender el mundo, mientras responde a preguntas sobre poesía de los años setenta o teatro de los noventa.
Hemos descubierto cómo entregará la chica del portátil su examen, quiere dejármelo en mi pendrive, que casualmente hoy no he traído. Buscamos uno, lo encontramos, y su examen queda en mi ordenador. ¿Lo hace así para ahorrar folios? ¿No le apetece escribir? Ni idea, no hay una explicación, pero no puedo dejar de dudar de sus buenas intenciones. Tiene la wikipedia demasiado a mano.
Llevamos ya más de una hora de examen, todos siguen escribiendo como locos. Yo ya estoy más que aburrido. Y si estuviera de su lado, escribiendo mi examen, también me habría hartado. Examino a la gente (!), pero no dejo de plantearme, cada vez que lo hago, si es el modo más apropiado para evaluar a una persona. Con mis alumnos estadounidenses he aprendido que el llamado "take home" es el examen más provechoso que puede hacerse. Yo llego al examen, suelto el folio de las preguntas, me marcho, y horas después me lo entregan, después de pasar por la biblioteca, por la cafetería, después de poner conocimientos en común, de debatirlos con los compañeros. Ésa me parece la prueba correcta, la que hace que estas personitas que tengo delante reflexionen sobre los temas que están tratando, no que me suelten una perorata de diez folios, como ya llevan algunos, recordándome con errores las cosas que yo mismo he dicho. Más aún en esta asignatura, Literatura Actual, donde ponemos en el tapete el mismo mundo que nos rodea (no el de mi querido siglo XVII, más hermoso pero lejano). Yo no quiero que mis alumnos memoricen, quiero que interpreten. El problema viene por partida doble: ¿me dejarán mis jefes educar en el librepensamiento? Y los alumnos, ¿aún serán capaces de la interpretación libre del mundo? ¿No se les habrá atascado ya el entendimiento?
miércoles, 11 de febrero de 2009
jueves, 1 de enero de 2009
"He aquí el tinglado de la antigua farsa"
Yo no seré nunca un gran autor, tengo vocación de secundario, pero no por eso voy a dejar de imaginar mi propia irrealidad y de opinar abiertamente sobre todas las cosas de la irrealidad común con las que no estoy de acuerdo.
Por eso empiezo hoy, con el año nuevo, este cuaderno, donde iré dejando todas y cada una de las ideas que aparezcan detrás de mis ojos de Arlequín, de payaso inteligente y criticón que acostumbra decir lo que todos piensan y nadie comparte.
Bienvenidos a mi cuaderno, bienvenidos a mi mojiganga.
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